Unos meses antes, otra paciente hacía sonar aquella misma campana. Era Virginia Torrecilla, la centrocampista del Atlético de Madrid, que también había sido diagnosticada con un tumor cerebral y pasaba por la misma unidad de protonterapia que Gerard. «Un día, me dijeron que no volvería a jugar al fútbol profesional. Pero después de casi dos años, aquí estoy, redebutando contra el Barcelona», explicaba la jugadora tras el partido de la Supercopa en el que sus compañeras y rivales la mantearon para celebrar su vuelta al campo.
«El ejemplo de Virginia ha sido siempre una referencia para mí. Ella iba unos meses adelantada con el mismo tratamiento y así podía ver cómo evolucionaba», cuenta Gerard. «Yo también volveré a entrenar» era el lema que se repetía el adolescente mientras seguía los pasos de la recuperación de la futbolista. Y lo ha hecho. También a él sus compañeros lo recibieron con laureles cuando volvió al colegio tras superar el cáncer. Ni siquiera la mascarilla conseguía ocultar los colores que se le subieron al desfilar por aquel pasillo de aplausos que llegaba desde la calle hasta el interior del colegio.
Los dos han vuelto a jugar al fútbol gracias a una tecnología que permite atacar de un modo muy preciso el tumor, con menor toxicidad, sin que la radiación alcance los órganos y tejidos que lo rodean y, por tanto, sin secuelas que afecten a su movilidad, a la sensibilidad en brazos y piernas, a su memoria o al lenguaje. Además, ayuda a la reducción del riesgo de desarrollar segundos tumores. «Muchos niños que se curan con los tratamientos tradicionales tienen secuelas que les pueden hacer la vida muy penosa cuando son adultos. Por eso, el prodigio de la protonterapia, más allá de curar más, es curar mejor», describe el director científico de la Unidad de Protonterapia de la Clínica Universidad de Navarra (CUN), Felipe Calvo, el doctor que ha supervisado ambos casos.
Un futuro esperanzador
Hasta hace dos años no era posible recibir este tipo de tratamiento en España y, de momento, solo lo ofrecen dos centros privados: la CUN y el Grupo Quirónsalud. Por esta razón y en casos muy concretos, el Sistema Nacional de Salud ha financiado esta técnica desplazando a pacientes españoles a países como Francia o Suiza donde sí existen unidades de este tipo. Sin embargo, la situación ha cambiado radicalmente y en un plazo estimado de tres años también llegará a los centros públicos españoles, ya que la Fundación Amancio Ortega ha donado 280 millones de euros al Ministerio de Sanidad para la compra de diez equipos que se implantarán en varias comunidades autónomas.
La Sociedad Española de Oncología Radioterápica (SEOR) estima que, a medio plazo, en España se podría llegar a beneficiar de la protonterapia el 11 por ciento de los pacientes con cáncer, es decir, unas 17.000 personas al año. ¿Los más beneficiados? Los tumores de la población infantil, los oculares, los que están en la base del cráneo o los tumores con metástasis en la médula espinal.
En tres años, la protonterapia llegará a los centros públicos españoles. La Fundación Amancio Ortega ha donado 280 millones de euros al Ministerio de Sanidad para la creación de diez unidades
«El número de unidades de protonterapia por habitante que tendremos en los próximos años nos va a permitir ponernos al nivel de países como Alemania», apunta Carme Ares, jefa de Oncología Radioterápica del Centro de Protonterapia Quirónsalud. Los primeros tratamientos con esta tecnología se llevaron a cabo en Estados Unidos y Suecia durante los años cincuenta y ahora existen 114 centros operacionales en todo el mundo, 32 de ellos en Europa, y varios en construcción. En total, ya se ha tratado a más de 200.000 personas en todo el mundo.
¿Cómo funciona?
Menor toxicidad y mayor precisión. La terapia con protones permite aumentar la dosis de radiación que se aplica al tumor al tiempo que minimiza dispersiones innecesarias. Y todo ello porque se trata de una radiación diferente a la convencional. Mientras la habitual se basa en un haz de rayos X (fotones), la protonterapia utiliza partículas aceleradas (protones) que pueden dirigirse de forma más precisa. ¿La razón? Las características físicas de los protones, que, por su masa, no sufren alteraciones en su trayectoria. De este modo consiguen depositar la mayor parte de su energía dentro del tumor y, además, al topar con este se frenan inmediatamente y no irradian más allá. La doctora Carmen Ares lo explica con un símil: «Imaginemos la trayectoria de esos haces como si fuera una autopista. En la radioterapia tradicional llegan a la zona que se quiere radiar, pero van depositando ciertas dosis en los tejidos que atraviesan y, además, siempre hay otra dosis de salida». Por eso, la protonterapia está especialmente indicada en tumores que requieren dosis muy altas y que están localizados cerca de zonas u órganos muy sensibles a la radiación y en tumores pediátricos, «ya que los órganos están todavía en desarrollo y es aún más importante evitar irradiarlos», continúa.
La Sociedad Española de Oncología Radioterápica estima que, a medio plazo, en España se podría llegar a beneficiar de la protonterapia el 11 por ciento de los pacientes con cáncer, es decir, unas 17.000 personas al año
En cuanto a las sesiones, la doctora Ares explica que hay diferentes protocolos, pero normalmente se administran cinco veces por semana: «Hay tumores que con catorce sesiones tenemos suficiente y otros requieren treinta o cuarenta». La duración aproximada es de unos 25 minutos, la mayor parte de los cuales se destinan a la colocación del paciente, ya que este debe permanecer completamente inmóvil. El tiempo de irradiación es, en la mayor parte de los casos, inferior al minuto. La mayoría de los pacientes están despiertos durante el tratamiento, salvo en el caso de los menores de 5 años, que se recurre a la sedación: «Aunque te podrías sorprender de cómo reaccionan los niños y lo quietos que se están. Es verdad que se necesita jugar mucho con ellos antes y explicarles que les vamos a hacer fotos y que es muy importante que no se muevan, pero lo hacen muy bien», concluye.
Dos paradigmas para la historia
«Gerard y Virginia son dos ejemplos del éxito de la protonterapia –explica el oncólogo Felipe Calvo–. Estamos ante una tecnología revolucionaria en el mundo de la radioterapia que reduce las secuelas innecesarias». En el caso de Virginia Torrecillas, estos beneficios eran básicos: «Había que tratar su enfermedad de forma intensiva, sin dejar efectos adversos que le impidieran volver al deporte de élite». El de Gerard es un ejemplo de cómo la protonterapia es la mejor opción para niños y adolescentes: «Cuando lo conocí, no podía creer cómo era posible un grado de deterioro tan invalidante en un chico tan joven. La ciencia de los protones frente a los fotones de la radioterapia tradicional es que reducen el daño en órganos circundantes; en este caso, órganos críticos y sistemas en proceso de crecimiento», asegura.
«Lo más emocionante es el momento en el que te dan los resultados de las resonancias y los médicos te dicen que estás curado», concluye Gerard, mientras que los micrófonos de toda España apuntan a Virginia Torrecilla: «He ganado el partido más importante de mi vida –contaba–. Después de mi enfermedad, me quedo con las personas, y las personas no tienen nada que ver con los colores. Lo hemos visto: tras la victoria, lo primero que han hecho es mantearme, antes de celebrar su título». «Hay sonidos que nos hacen muy felices», finaliza la estrella del Atlético en un vídeo donde la campana de los valientes suena de fondo hasta fundirse con la ovación del público, entregado por su vuelta al campo.